AUTOR: Mariana Gómez Casadiego
¡Agobiado! Así se definía a sí mismo Gustavo. ¡Agobiado por el mundo que le rodeaba! Él era diferente a sus amigos, a sus familiares y a todos los habitantes de su ciudad. O bueno, al menos, eso creía él, ya que no conocía a nadie parecido. Sin embargo, esta ciudad donde vivía Gustavo, era bastante grande; se podría decir que era una de las ciudades más importantes del país, llena de edificios, de restaurantes, de grandes fábricas y empresas, centros comerciales y millones de casas. Pero no era lo que Gustavo buscaba; no estaba interesado en ninguna de estas cosas, necesitaba algo nuevo y diferente o de lo contrario, no aguantaría más vivir en ese mundo lleno de vanidad.
Amaneció un 25 de agosto como un día normal para el resto del mundo, pero Gustavo se levantó sintiendo algo distinto dentro de su pecho. Era un sentimiento extraño, como de decir algo importante que no podía callar. Así que tomó un lápiz y un cuaderno y salió a caminar sin siquiera despedirse de sus padres. Caminó durante un buen rato hasta darse cuenta que había llegado al bosque a las afueras de la ciudad. Buscó un lugar para sentarse y empezó a escribir y a dibujar cosas que iban saliendo solas como si ya existieran en su interior. De este modo, Gustavo llenó todo el cuaderno, pero se dio cuenta que ya era tarde, así que decidió enterrarlo para que nadie lo tomara e irse a su casa.
Al día siguiente, Gustavo despertó y notó que en todas las primeras planas y noticias de último minuto, había fotos del lugar en el bosque donde había estado el día anterior. Justo en el lugar donde había enterrado su cuaderno, crecía un inmenso árbol de conocimiento. Un árbol cuyas ramas estaban constituidas por palabras como "arte", "literatura", "teatro", "prosa",, entre otras. De sus hojas colgaban libros, cuadro y todo tipo de obras de arte.
Gustavo asombrado, de lo que había causado, salió corriendo al bosque y empezó a enseñarle a todos los habitantes cómo utilizar el árbol del conocimiento, de la literatura y de la importancia de esta en cada persona. Por primera vez en su vida, Gustavo se sentía completo, feliz. Descubrió que lo que le faltaba a su vida y al mundo, era dejar de lado tanta vanidad y disfrutar de las cosas simples de la vida.
La literatura lo ayudó a encontrar su lado más humano y sensible. Finalmente, el mundo cambió y las personas cambiaron su percepción de la vida, volviéndose personas menos superficiales y más felices.